domingo, enero 13, 2008

Ser como Santiago

Por muchos años viví con un hombre en mi cabeza, en el que convivían mis miedos mis alegrías, mis dudas.
Él se llamaba Santiago, y después de tantos años, creo que debería decir más bien que "se llama"... "se llamaba" suena a como si hoy ya no existiera.

En esta ciudad infernal, caminé bajo la lluvia y el sol, sin rumbo fijo, a donde me llevaran mis pasos.
Pasos que siempre encontraron su rostro pensativo observándome.
Con esa mirada antiquísima que nunca fui capaz de leer, y que aún hoy me llena de dudas.
Mientras con más esfuerzo intentaba cercarme, más lejos huían esos ojos.
Sí, era un deso irreprimible por entenderlo, por saber que pensaba, por convertirlo en un ser predecible.

Como actuaría, cuales serían sus próximas palabras, si su abrazo sería suave o si me apretaría como si creyera que me iba a desvanecer.
Hoy su presencia se hace cada día más débil y efímera.
Quizás me he vuelto yo en una mujer que no está a su altura, que ha perdido esa gota de locura, que ya no deja los pies marcados en el barro.
Quizás camino hoy mucho más aprisa y he perdido de percibir sus ojos en mi espalda.
Quizás si los he sentido, pero no me he vuelto a mirar.

A veces añoro volver a tenerlo conmigo, a caer en su juego que podría llevarme a cualquier parte, a cualquier estado. Pero me gusta también esta tranquilidad, la paz de saber que cada uno de mis pasos me lleva precisamente a donde quiero dirijirme.

Es entonces el desafío, revivir a Santiago en mis letras, no olvidarlo, volver a caer en sus encantos y dejarme seducir.
Y levantarme al día siguiente y sonreir por la mañana.
Reinventarlo, volver a mirarlo de frente.
Seguir a su lado sin entender, sin pensar.

Porque el día que me despierte y lo vea como añoro, predicible, humano, real, dejará de existir definitivamente.

domingo, diciembre 23, 2007

Una noche, de esas de antaño

Hace mucho tiempo que no me quedaba despierta hasta tarde.
Trabajando o haciendo como que trabajo, pero con la presión de terminar algo que he empezado, pero que las letras tergiversadas de mi cabeza me impiden concluir.
Esa sensación que me ha acompañado durante los largos años de colegio y universidad, la anisedad de volcar letras sobre el papel, así de pronto y sin pensarlo mucho, de llenar y llenar hojas y la sensación de conformidad después, cuando mi mano se agota.

Esta es otra noche como tantas otras, otras que parecen pertenecer ya a tiempos antiquísimos, cuando las mismas responsabilidades me incitaban a pasar largas noches en vela.
Hoy las responsabilidades y los desafíos son otros, y me hacen tender hacia el levantarme temprano, hacia el aprovechar la luz del día y dejar la noche sólo para dormir.

Así que disfruto cada una de estas letras como si fuera un fruto delicioso, como si una vez más me fuera permitido gozar de un privilegio añorado y ausente.
Lejano, perdido entre la cotidianidad, mi pequeño oasis.

Una vez más, todos duermen mientras yo permanezco despierta y retomo la vieja costumbre de deambular por mi casa, deteniéndome en silencio y sin soltar cigarro en cada una de las habitaciones.
Escuchar el respirar de las que duermen, intentar descubrir sus rostros en la penumbra y sonreir.
Imaginar que estarán soñando, si serán ilusiones reconfortantes o pesadillas desgarradoras.

En fin, vuelvo a mi silla fría, cierro los ojos y pienso en todo aquello que el tiempo parece atenuar en mi memoria.
Y advierto que mis recuerdos parecen menos intensos, que mis precupaciones se han vuelto menos importantes, que aquellas experiencias dolorosas parecen ya no ser tan dolorosas y las alegrías parecen menos completas.
Como si todo estuviera por ocurrir, como si estos 23 años de devenires no fueran más que el prólogo de una historia que aun no sucede, que está por venir.

Y que es lo que vendrá.
Que será de mi y mis letras cuando amanezca.
Si estoy un poco más viva o al contrario, más cerca del final.
Si mañana volveré a tomar el lápiz, si intentaré dibujar con trazo inseguro el curso de mis ideas.
Si viviré una historia que merezca ser contada, o si mi vida será finalmente sólo un montón de ideas inconclusas.

Me pongo de pie y bajo la intensidad de la luz que alumbra mi habitación.
La brisa sobrecogedora de la noche me reconforta con su frescura.
El disco de Johny Cash ya va a terminar.
He decidido que quiero escucharlo de nuevo.