sábado, mayo 27, 2006

Mi Aleph

Y así sucedió, como lo temí.
No logré superarlo, no logré compadecerme, ni controlar mi furia, ni mi sed de venganza.
Lo ví ahogándose en su propio caudal de sangre roja, haciendo gargaras de saliva y ácido, con las venas rasgadas a lo largo de sus brazos blancos, con los ojos negros de muerte apuntando sus últimos dardos de vida a los míos.
Mi último recuerdo de Santiago.

Aún recuerdo el día de tu muerte.
Yacías agónico sobre tu mortaja de siempre.
Quise alargar tu vida por un segundo más y ver sobre tu rostro la sonrisa del triunfo.
Quise dilatar tu vida por un segundo, aunque dilatase así tu agonía y multiplicase el número de tus muertes.

Pero ya estabas lejos.
Ignoro el número total de realidades que nos separaban aún cuando vivías, mi desventura y mi ansiedad las multiplicaban. Ese silencio hostil y casi perfecto.
Intenté rememorar lo que un día construímos, ese palacio fábrica de dioses. Exploré los inhabitados recintos y en el aroma de los muros encontré la verdad: los dioses que lo edificaron han muerto. Mirpe a mi alrededor, noté cada particularidad del paraje, cada recuerdo enmascarado tras cada esquina. Mi voz se hizo casi un remordimiento, un horror intelectual, un miedo sensible mientras murmuraba.... lo dioses que los construyeron estaban locos.
Este palacio es tan horrible que su mera existencia y perduración, aunque en el centro de un desierto secreto, contamina el pasado y el porvenir, compromete a los astros. Mientras perdure, nadie en el mundo podrá ser valioso o feliz.

Desperté de pronto, con el ensordecedor ruido el alba. Y Santiago? Sangre, muerte, ira....Ojos negros sin vida, mi risa estruendosa y los ecos del desierto, mientras los sueños se desmoronaban. Nada más pude recordar. Ese olvido, ahora insuperable, fue quizá voluntario. Quizá las circunstancias de mi evasión fueron tan ingratas que, en algún día no menos olvidado también, he jurado olvidarlas.

Y vuelvo a tu lado, a tu lecho de muerte. A unos pasos de mi, era como si estuvieras tan lejos...
Ya no importa, fácilmente aceptaré esta nueva realidad, quizás porque intuyo que nada es real. Santiago vive y pronto reaparecerá con el periódico bajo el brazo y envuelto en el humo de la ciudad. Nada es real, nisiquiera tu muerte, porque somos inmortales. Menos el hombre, todas las criaturas lo son, porque ignoran la muerte. Lo divino, lo incomprensible, lo terrible, es saberse inmortal.

Mientras observo tu respiración entrecortada al dormir, recuerdo tu futuro. Sabías que en un plazo infinito le ocurren a todo hombre todas las cosas. Nadie es alguien, un inmortal es todos. Soy dios, soy héroe, soy filósofo. Soy demonio y soy mundo, lo cual es una fatigosa manera de decir que no soy. No soy nada en esta noche solitaria, cuando el frpio entra raudo por la ventana sin inquietar tu sueño. No hay placer más complejo que el pensamiento y sin poder recostarme a tu lado, a él me entregué.

Tu rostro pálido se vuelve borroso cuando se acerca el fin, ya no quedan imágenes, ya no quedan recuerdos, ya no quedan palabras. Palabras, palabras desplazadas y mutiladsa, palabras de otros fue la pobre limosna que nos dejaron las horas y los siglos. Ya no sirve de nada, estás muerto. El tiempo no rehace lo que perdemos, la eternidad lo guarda para la gloria y para el fuego.
Esto ha ocurrido y volverá a ocurrir.
No encendemos una pira, encendemos un laberinto de fuego.
Si en tu pecho se unieran todas las hogueras que he sido, no cabrías en la tierra y quedarían ciegos los ángeles.

Revivirás Santiago. Revivirás cuando las probabilidades de tu muerte se agoten.
Siento haberte clavado ese puñal por la espalda.
No ser malvado es una sobervia satánica.

Vivimos en un mundo ficticio, sin destino. Porque cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que sabes para siempre quien eres.

Recordaré una vez más y espero que sea la última, como se desató la tormenta.
Mi primera impresión al verte fue de malestar en las rodillas, luego de ciega culpa, de irrealidad, de frío, de temor, luego quice ya estar en el día siguiente.
Luego comprendí que mi voluntad era inútil, porque tu muerte era lo único real, lo único que había sucedido en el mundo y seguiría sucediendo sin fin.

Me he perdido y no me busco, me daría horror encontrarme. Pero me veo y te veo a ti Santiago, recostado sobre la nada, abandonado sobre el círculo infinito que te hizo feliz. Yo quizá nunc afui plenamiente fleiz, pero es sabido que la desventura requiere paraisos perdidos.
Tú me forjaste, tú que eres mi víctima.

Me acercas un espejo e intento redescubrir mi rostro entre el humo, para saber de una vez quien soy, como me comportaré dentro de unas horas, cuando me encuentre con el fin.
Mi carne puede tenr miedo.
Yo no.
Pero nadie comprendio. Nadie pareció querer comprender.

Yo te quise Santiago, te quise y te maté.
Noche hubo en que me creí tan segura de poder olvidarte que voluntariamnete te recordaba.
Lo cierto es que abusé de esos ratos, darles principio resultraba más fácil que darles fin.
Cunado todos los hombres de la tierra piensen día y noche en mí, ¿Cúal será un sueño? ¿La tierra o yo?

Tus ojos ausentes aún no despertarán a la vigilia de tu muerte, si no a un sueño anterior. En ese sueño estaré yo nuevamnete esperándote y ese sueño dentro de otro sueño donde estaré yo esperándote y así hasta el infinito. El camino que habré de desandar en tu búsqueda será interminable y moriré antes de haber despertado realmente.
Se hace tarde, la solución del misterio es siempre inferior al misterio mismo. El misterio participa de lo sobrenatural y aún de lo divino.

Tantos años de soledad me han enseñado que los días en la memoria tienden a ser iguales, pero que no hay un día que no traiga sorpresas. Ya he muerto, entonces esta vida es un sueño. Hubiese querido perdurar. No concluir.

Pero en realidad moriste, no queda ya un soplo de vida. Es menos duro sobrellevar un acontecimiento espantoso que imaginarlo y aguardarlo sin fin.
Seguiré siendo para siempre. Intemporal y anacrónica.
Un punto, uno de los puntos del espacio que contienen a todos los puntos.
Ya basta de palabras insustanciales, el porblema central es irresoluble: vi todos los espejos del planeta y ninguno me reflejó.

Respondí con mirada firme al último destello de tus ojos.
Temí entonces, que no quedara una sola cosa capaz de sorprenderme .
Pero al cabo de unas noches de insomnio, me invadirá de seguro, una vez más y para siempre el olvido.

domingo, mayo 21, 2006

Llena de Ira

Que días lúgubrese me han venido encima, Emilia. Que deseo colosal de haber contado con tu abrazo calido y tu beso firme donde paciguar mis resquemores y zozobras y tan lamentablemente familiares.
Que soledad inmensa es esta que se queda cuando el otoño comienza a ganarle la guerra al verano y las noches se vuelven aún más solitarias, más grises, más frías más oscuras...
Me ha llenado la rabia y la impotencia de ver los días sucederse unos tras otros, iguales, anacrónicos y silenciosos, y más aún, de observarme a mi misma observandome observándolos. He visto transformar mi rostro frente al espejo, la metamorfosis entre una sonrisa liviana e irónica y una mueca ordinaria y ruin.
Me ha aturdido el deseo de apuñalar a quienes se han acomodado a mi cómoda postura de observadora, de matar si alguien pregunta si estoy cansada o si tengo hambre, si me vuelven a interrogar una vez más con vanalidades y me obligan a llenar mi boca de trivialidades con sabor a barro y musgo. En este momento soy capaz de hacer daño Emilia...
He estado al borde del colpaso, he visto temblar el último indicio de humanidad , ese que llevaba en el bosillo del pantalón. He estado al borde del colpaso, de perder la calama, el respeto y la serenidad y tomar a Santiago por el cuello y azotarlo contra el concreto y gritarle que me deje tranquila, que no soporto sus frases triviales y sus cliches. Estoy a punto de escupir sobre su rostro, sobre esa boca que idealizó una imagen mía que no existe, que me denigra, que me pervierte.
Emilia, es verdad que han sido muchas las veces que me he dejado encandilar por las palabras irreales y efímeras de la luz. Y sabes también como ha sido Santiago una señal, un presagio de tiempos aciagos. Es que a veces resultaba mejor dejarse ahogar rápidamente en la superficie inmunda y pestilente de Santiago que hundirse lentamente en la profundidad del sin sentido.
Pero termine con los labios secos y con el sabor de la inmundicia en mi boca. Me robó una única sonrisa angustiante. En cada uno de mis gestos le revelo hoy mi desprecio.
Vuelvo a las andadas y me vomito gritando un sueño.
No me quedan balas.
Ya no me sale el sol ni al acostarme.