domingo, julio 02, 2006

Confesiones de Santiago

Yo soy Santiago.

Si existiera, si alguna vez hubiese respirado el smog de la ciudad, si alguna vez hubiese sucumbido ante los placeres de la urbe, si hubiese sido para ella algo más que lineas entrecortadas e incoherentes, si alguna vez hubiera podido rozar su piel... probablemente todo tendría sentido.
Si yo existiera, si hubiese respirado alguna vez del smog de la capital que bajo tantos placeres la ha hecho sucumbir, si alguna vez hubiese sido para ella algo más que lineas entre cortadas e incoherentes, probablemente me hubiera puesto de pie y caminado por las calles solitarias de la capital cualquier domingo por la mañana.

Habría procurado recordar cada detalle, cada pista que me entregó, cada acorde de la música que escuchaba y cada frase de los libros que leía, todo para acercarme a ella, a la mujer que hizo cambiar mi mundo. La miraba con esa mirada de los enamorados, y ella respondió siempre con una mirada inquisidora, indagadora, con una miradas que me desnudaba.
Ella y todo lo que la rodeaba estaba para mí en un nivel superior a mi entendimiento. Por que ni todos los años de colegio, ni de universidad ni este nuevo desafío profesional que cada día me planteo, mi sirven para entender que es lo que oculta Isabel tras esa sonrisa fácil.

La primera vez que la ví quede impresionado con su mirada perdida. Estaba sentada sobre el césped de un parque citadino, un día después de la lluvia. Había un sol tibio que alumbraba directamente su cabeza, que permanecía levemente inclinada hacia el suelo, donde estaba extendido un libro que miraba absorta. Yo iba atrasado a la oficina, cuando al detenerme en una esquina para travesar la calle me enocontré con aquella visión. En aquel momento sentí deseos de acercarme para mirarla con más detención, pero fue ella quien sintió el peso de mi mirada sobre su cabeza y levantó la suya para posarse sobre la mía. Entonces me hipnotizó. Con esa mirada que nada dice, que nada oculta. Fue entonces cuando actué por prinera vez, como si mis piernas hubiesen permanecido siempre inmóviles y sólo en ese instante hubiesen adquirido vida. Caminé hacia ella y me detuve a un paso de pisar su libro. Ella no bajo la mirada en ningún intsante, y me derrumbó con la mirada. Me sentí imbécil y tonto de pie frente a la desconocida, pero claro, me salvó rápido, invitándome a sentar a su lado, sin bajar la mirada, sin cambiar la expresión del rostro, sin siquiera pestañar.

Ya no recuerdo como a partir de ese día mis prioridades se vieron trastocadas y pasó Isabel a ser el motor y la razón de mi vida. No se si sentía felicidad. Estaba en un estado de hipnotizmo y fascinación. Pero pronto los momentos con ella comenzaron a pesar tanto como mis responsabilidades subyugadas por su irrupción en mi vida. Como conciliar aquella presencia magnánima con mis obligaciones de jóven profesional. Como decirle a Isabel que no podía permanecer el domingo entero caminando de su mano, sin que eso significase un retroceso en mi carrera. Ella vivía en otro mundo, paralelo a la ciudad, flotando sobre sus estudios, absolutamente a la deriva. Y creí entonces que quizás me llevaría con ella. Y creí entonces que era eso lo que quería, y creí entonces que el milagro de esa mujer era lo único que hacía latir mi corazón olvidado.

Entonces me entregué a complacerla. A intentar por fin entenderla, porque en el fondo siempre me intrigó su mirada...que lo decía todo, pero que para mi era absolutamente infranqueable. Y tomé sus libros, y los leí y nisiquiera una palabra permaneció en mi cabeza más que aquellos efímeros segundos. Y escuché su música y me pareció monótona e irrelevante. Y la tuve entre mis brazos y me pareció que su cuerpo era tibio y complaciente y se hizo gigante el olor a manzana que dejó su piel. Pero crecía en mí la sensación de que en cada beso, en cada caricia Isabel se me iba, se deshacía entre mis manos.

¿Qué sentía ella? ¿Cómo vivía ella esta experiencia? ¿Por qué se dejo seducir?
Nunca lo supe, y creo que nunca lo sabré.
Cada beso suyo me elevaba a las alturas y su posterior indiferencia me abandonaba desnudo sobre la escarcha de la mañana.
Un buen día me dejó una canción y estás letras:
" Yo se que así te sentirás, y si no te sientes así, así es como debes sentirte"
Y sonó una canción.

Ya nada es lo que era
nuevos paisajes, nuevas fronteras
delimitando mis gestos, mis costumbres.
Otra lumbre iluminará mis versos
otros muertos mis soledades
otras felicidades mis fiestas
otras dudas mis certezas
ya nada es lo que era.

Me tendré que acostumbrar
a esta fría soledad
como un viejo con días contados
a su enfermedad
y nombrar o inventar a otra mujer
y padecer otro principio
y volver a los sitios
en que me has abandonado
y ser asesinado ahi donde te maté.

Y entonces supe que no nunca volvería a tenerla. Que nunca fue mía y que nunca lo sería. Que este abandono en el que me dejaba no era sólo corporal, sino más profundo de lo que nunca había sentido. Y no supe como retomar mi maltrecha vida, ni mi ya absurdo rol de jóven próspero y visionario. Si ella no estaba, si ella se iba, ya no quedaba para mi la razón que había dado sentido a mis noches de insomnio y a mis días abúlicos.
Como retomar una vida en un punto pasado, cuando ya se ha avanzado tanto trecho en otro sentido. Que sería de mi sin Isabel.

¡Cuáles son las razones de su desprecio y su abandono! ¿No tuvo en mi un amante virtuoso?
¿No escuché su música, ni leí sus libros, ni le di el gusto hasta en su más mínimo deseo?
Isabel no sabe lo que quiere, ni lo que siente ni lo que se pierde.
Esta era su oportunidad de convertirse en una mujer real, activa y social.
Isabel no sabe lo que abandona.
Isabel, una vez más se equivoca.

Maldición.
Isabel...
Vuelve...

5 comentarios:

Anónimo dijo...

ya poh...!!
el quiebre ..el climax..

Anónimo dijo...

y entonces quien diablos es Emilia si eres Santiago!!
Rodin

Mo dijo...

"Las cosas que vemos son las mismas cosas que llevamos en nosotros. No hay más realidad que la que tenemos dentro. Por eso la mayoría de los seres humanos viven tan irrealmente; porque cree que las imágenes exteriores son la realidad y no permiten a su propio mundo interior manifestarse. Se puede ser muy feliz así, pero cuando se conoce lo otro, ya no se puede elegir el camino de la mayoría." H.H

Emilia, Santiago, Isabel... vi todos los espejos del mundo y ninguno me reflejó.

Mo

Berny dijo...

Maldición Rodrigo...



Vuelve,


Paseaba por tu blog y me sorprendió...


Yo si fuí la mujer que camina...


congratulations...

Anónimo dijo...

Escribe el libro. Para con los intentos.